Miquel es mi suegro, pero también mi segundo padre. Me niego a decir que lo fue, porque aunque hace sólo un día que sentimos su ausencia, para mí siempre seguirá estando en los recuerdos que comparto con toda la familia.
Es un hombre elegante en su forma de ser, generoso como pocos, que apoya siempre a sus tres hijas y a su esposa; que no duda nunca en echar una mano cuando hace falta, sin mirar a quién ni a dónde, y sin quejas.
Adora incondicionalmente a sus dos nietos y a sus tres nietas, llegando a disfrazarse de Papá Noel por Navidad, salir a la calle y hacer todo el número de Santa para traerles sus regalos, mientras todos lo miramos desde la ventana. Por eso siempre, con él, son mágicas las Navidades.
A sus yernos siempre nos saluda con sus palmadas en la espalda, algo que inicialmente intimida y que, con el tiempo, sueles echar de menos cuando no lo hace.
En toda reunión, familiar o de amigos, es la clave para disfrutar de una buena sobremesa, contagiando su alegría jugando a las cartas, y siempre amenizada con canciones que salen de su prodigiosa voz de barítono.
Es bien conocido en el barrio donde, si lo acompañas, te arriesgas a hacer tarde allá donde tengas que ir, porque cada dos minutos se para a cruzar un par de frases, o simplemente saludar, con cualquiera que conozca.
Pero, con demasiada precipitación, tuvo que hacer la maleta para emprender el viaje hacia el lugar… donde todos llegaremos en algún momento.
Un abrazo y un brindis por ti, Miquel. Nos veremos, seguro, algún día.